COMPROMISO DE SANGRE: LA SAGA DE LOS CAZADORES II

El fuego de las antorchas lamía con avidez las piedras de la pared donde estaban sujetas.
En el centro de la sala postrada de rodillas, se aguantaba débilmente la muchacha. El mp3 había quedado destrozado al caer, y ahora el silencio que tanto temía, se hacía presente de nuevo.
Cerró los ojos con tanta fuerza que le dolían, no podía enfrentarse a sus fantasmas otra vez, era débil, se había negado a aprender todas esas técnicas oscuras que Sarah insistía en enseñarle, y ahora, como todo cuanto había amado en su vida, ella estaba muerta.
“Solo quiero que aprendas a defenderte Morgan, hay mucho mal a nuestro alrededor, ahora formas parte de una sociedad distinta… poderosa, y no creas que “ellos” no vendrán a buscarte y reclamaran tu legado, debes estar preparada”
ELLOS…
¿Quiénes eran ellos?, nunca quiso saberlo, pero se daba cuenta de que no podría elegir lo que debía saber o no, durante mucho tiempo más.
Su legado, algo que ella no había pedido.
Alguien había comprado su billete al infierno por ella, de todos modos, ella ya vivía allí hacía mucho, no podía superar la muerte de sus padres ni los años del internado… “es una muchacha problemática, no conseguimos que dure en ningún hogar de acogida”, sus cuidadores del centro siempre se lamentaban de no poder quitarse de encima un lastre que solo servía para comer y dormir.
Entonces un día las cosas cambiaron, una pareja si quiso acogerla, le aseguraron al asistente social que trabajarían duro para solucionar los problemas de la joven.
Y lo hicieron, por supuesto…
Los Cramer eran una pareja encantadora, él era banquero y ella ama de casa, no podían tener hijos, y le ofrecieron una vida cómoda y segura, o eso le prometieron a la funcionaría, que se marcho con sus papeles firmados mas contenta que un niño con zapatos nuevos. Después Margaret cogió la mano de Morgan y la condujo hasta un automóvil de color burdeos con tapicería de color crema. Morgan entró en el y se sentó dócilmente en el asiento trasero.
Las casas pasaban a cincuenta kilómetros por hora, el calor era sofocante y los nervios le oprimían el pecho, pero ¿que podía salir mal…?, ella sabía que pronto estaría de vuelta al internado, los Cramer se cansarían de su mutismo como todos los demás.
Poco a poco el coche fue reduciendo la velocidad y al final se detuvo frente a una elegante casa de estilo victoriano, Margaret y George se apearon del automóvil e invitaron a la joven a seguirlos hasta la casa, nuevamente Morgan obedeció en silencio.
En el interior de la casa todo estaba pulcramente ordenado y limpio, olía a lavanda y a madera. Una mujer vestida de negro se acercó a Margaret y le susurró algo que Morgan no pudo oír, Margaret a su vez, hizo lo propio con su marido, que miro a Morgan por encima del hombro de su esposa.
- Espera aquí querida…- Margaret se lo dijo en un tono tan leve y confidencial que parecía un secreto.
El matrimonio desapareció tras una puerta doble de caoba, y la mujer del vestido negro se quedo de pie junto a la joven, en completo silencio, incluso demasiado para Morgan, que aunque siempre estaba callada, se veía constantemente asediada por las preguntas de todos los que la rodeaban, ¿porque no podían entender que ella simplemente, no tenía nada que decir?...
Después de unos cinco minutos, George asomó la cabeza entre las dos puertas y le hizo una señal a la mujer para que acompañase a Morgan al interior de la habitación.
Al parecer se trataba de una especie de biblioteca, Morgan recorrió en una mirada fugaz la estancia, solo había montones de libros en estanterías y vitrinas de cristal repletas de lo que parecían antigüedades, aunque ella no entendía nada de esas cosas.
En el centro de la habitación, sentado en un sillón orejero, había un hombre de unos cuarenta años enfundado en un impecable traje gris oscuro, tenía el cabello castaño claro y facciones agradables, se podría decir que era atractivo, pero ella tampoco sabía de eso…
- Que hermoso cabello rojizo, es perfecta…- jamás nadie le había dicho nada parecido, al menos nadie que no fueran sus padres, además aquel hombre la miraba con una expresión afable.
Después de eso, ya nunca más hubo caras amables, solo dolor, sed y desesperación.
Lucien Blacksmith, así es como se llamaba aquel hombre de sonrisa perfecta, pero resultó que para Morgan aquella sonrisa fue mortal.
Lucien la condujo a través de unos pasillos iluminados por antorchas, hasta una sala que parecía una mazmorra, olía a humedad y hacía mucho frío. De pronto Lucien se acercó a ella y la sujetó por los hombros con brusquedad, ahora no era agradable, le sonrió y segundos después se había transformado en un monstruo de colmillos afilados y ojos negros, Morgan no tuvo oportunidad de luchar, simplemente se dejó arrebatar la vida con docilidad, como había hecho siempre con todo…
Cuando abrió los ojos, el dolor le oprimía el pecho, parecía que estaba bajo el agua, no podía respirar, no tenía control de su cuerpo. Todo estaba oscuro y solo podía sentir una cosa… la sed , que a partir de entonces la atormentaría eternamente.
Continuará...