La pequeña se agachó y le tendió su manita, -Tranquilo Connor- era la primera vez que se dirigía a él sin una frase cargada de sarcasmo, aun así se mostró desconfiado y no le devolvió el gesto.
-¡Aparta niña, no creas que tendré piedad de ti si eres uno de ellos!- sentenció, su expresión era de profunda amargura, pero lo haría si era necesario, los destruiría a todos, incluida Clementine, por que ese era su trabajo, la misión que le habían encomendado cuando le concedieron ese extraño poder o maldición, según se mire, para que limpiara el mundo de seres infernales y proteger así a los inocentes, como su abuelo…
-Dejádmelo a mí- era una voz profunda y envolvente, un hombre joven de aproximadamente un metro noventa de estatura, salió de entre las sombras y se acercó a Connor con decisión.
-¿Quién coño eres tú?- inquirió Dryden, mientras sin bajar la guardia, reculaba contra la pared.
-Soy un ángel, y ahora, predicador cabezota, deja que alivie tu dolor- dijo aquel ser rozando la frente de Connor con dos dedos, el ardor que laceraba la palma de su mano maldita, cesó. Atónito, el cura, se incorporó, sus piernas apenas le sostenían, pero aun así, su corazón se hinchó de adrenalina para enfrentarse con aquel ser misterioso, ¿de veras creía que se iba a tragar que era un ángel, los ángeles no existen, y que era él, un idiota recién caído de un guindo?
-Vaya, eres duro de pelar,¡eh!, como una nuez, con una cáscara dura y blandito por dentro, veo que no has tenido suficiente con la demostración de poder, tampoco tienes en cuenta que, no has podido sentir mi presencia con ese don tan infalible que tienes, pero tranquilo, si solo crees en lo que puedes ver y tocar, aquí tienes la prueba irrefutable- exclamó quitándose la túnica, al instante unas enormes alas cubiertas de plumas de color negro surgieron de su espalda, de pronto le pareció que era la criatura mas hermosa que había visto jamás, una desagradable descarga homofóbica en forma de escalofrío le recorrió todo el cuerpo, sacudió la cabeza como si quisiera expulsar esa imagen de su mente.
-¡Joder, la madre que…! ¡Pues si te crees que con ese truquito me vas a engañar, vas listo!, los jodidos ángeles no existen, créeme yo trabajo para Dios y todos los que conozco son de piedra y viven en los cementerios, aunque reconozco que lo haces bastante bien…- le espetó con una fingida cara de póker.
-Te dice la verdad- atestiguo una de las figuras encapuchadas, dando un paso al frente y descubriendo un rostro que parecía sacado de un cuadro de Botticelli, rasgos varoniles enmarcados por un halo de bucles rubios.
-Dijo el asqueroso demonio….- apostilló Connor en tono de ácido desprecio- ¡Vamos “Ricitos de oro”!, esto no es más que un timo, si es cierto que tiene ese poder, ¿Por qué siguen brillando las señales de mi mano?- inquirió, mostrando la palma descubierta, el demonio se hizo atrás cediendo la palabra a su compañero alado.
-Veras, lo cierto es que estoy limitado, mi poder no esta completo y solo puedo calmar tu dolor, no puedo anular los estigmas- confesó el ángel con una mueca de disgusto-en realidad soy un caído, mi nombre es Aza…-.
-¡No, no…no quiero saberlo!¿Un ángel caído…?, ¡Dios, cómo me duele la cabeza!- le interrumpió alzando la mano y llevándosela a la frente con fingida expresión afectada, presentía que estaba de mierda hasta el cuello, así que solo le quedaba seguir la corriente a la pandilla de Scooby Doo, con la esperanza de que debajo de aquellas túnicas, solo se escondieran los directores corruptos del museo y que aquel tipo le hubiera birlado las alas del disfraz de Halloween a su sobrino y fueran de pega, por que si no era así estaba bien jodido, pues no sabía como hacer frente a tantos bichos a la vez.
-Nosotros te enseñaremos como…- los seres encapuchados se dispersaron por la sala, y sentado tras una elegante mesa de ébano, una figura se descubrió el rostro, era un hombre de unos treinta años, de rasgos pétreos, con tez oscura y ojos grises- estas aquí para eso, como todos los demás, hay un propósito para esta reunión, aunque aun faltan algunos invitados- dijo con voz ronca y autoritaria- te recomiendo que te acomodes y entables una buena relación con tus compañeros-.
-¿Compañeros?, ¿pero de donde habéis salido vosotros, de un grupo de adictos al Prozac?, o quizá estéis todos poseídos, si queríais un exorcismo a domicilio solo teníais que pedirlo, ¡oh!, vaya, llego tarde a misa…- bromeó haciendo un ademán para abrir la puerta.
-¡Eh, predicador!, no digo que me disguste tu estilo…me caes bien, pero escucha, no le hables en ese tono a Shakath, él es quien dirige el cotarro aquí- Azariel, el ángel caído, se acercó con sutileza a Connor y le susurró al oído a modo de confidencia, mientras le guiñaba uno de sus relucientes ojos azules a Shakath, que le miraba con expresión austera y sin mover un músculo de su cara, para tan siquiera asomar una sonrisa.
sábado, 15 de enero de 2011
lunes, 26 de julio de 2010
PRECOGNICIÓN:LA SAGA DE LOS MEDIUMS VII
-Monseñor, no quisiera parecer descortés, pero tengo ni puñetera….-se detuvo en un intento por controlar su lenguaje- por supuesto que no tienen ningún significado para mi, que seres únicos ni que ocho cuartos… ¿y que es eso formar parte de un grupo?....¿A que viene ahora eso de trabajar en equipo con… bueno, con quien sean esos?... yo trabajo solo, no necesito a ningún ser único o repetido, como si es un mono de feria, “solo” es la palabra clave, no se si me entiende Monseñor…- las palabras se agolpaban en la boca de Connor, mientras se levantaba con evidente indignación, ya había aguantado demasiadas paparruchas de buena mañana.
-Dryden, le aconsejo que se calme, no debería olvidar con quien esta hablando, yo no soy uno de sus contactos callejeros, soy un respetado miembro del clero, y no olvide también que esta delante de su superior-respondió Boccardo con dignidad y rotunda severidad- Por otra parte, entiendo su consternación, toda esta información es nueva y reveladora para usted, pero puedo llevarle ante las personas que le mostraran con mas claridad la situación en la que nos encontramos, y le harán entrar en razón- dijo el Obispo, haciendo gala de nuevo de su innato cinismo, en realidad no le importaba lo mas mínimo que le gustase o no la idea, él solo era el mensajero.
Ni de lejos se había creído aquella sarta de sandeces, pero no podía evitar sentir más curiosidad que un gato delante de una pelusa, así que accedió a los deseos del “respetable miembro del clero”, había que joderse…si quería saber algo más, no tenía mas remedio que acompañarle, de modo que atravesó la puerta que le sujetaba el chofer, y se sentó haciendo crujir la piel de color marrón de los asientos de lujo reservados para culos gordos e importantes, el interior de aquel vehiculo tenía mas comodidades que el diminuto pisito que le había asignado la diócesis, malditos burócratas … estaba asqueado…
La sobria silueta de Monseñor Boccardo, se recortaba contra la luz que entraba a través de la ventanilla del Cadillac negro, que a Dryden le parecía el “Carro de Satanás”. Aquello olía mal desde el principio, pero por algún motivo que no alcanzaba a comprender, se veía irremisiblemente arrastrado a seguirle el juego a aquella bola de sebo vestida de obispo.
Ninguno de los dos había pronunciado palabra desde que se habían subido al automóvil, solo miraban ausentes por sus respectivas ventanillas, cada uno inmerso en sus divagaciones personales, por su parte Connor intentaba descifrar aquel galimatías que había escupido el tipo de la sotana morada. Le daba vueltas a lo del grupo de seres únicos, que significaba aquello, la verdad es que durante sus años de servicio había vistos muchas criaturas extrañas, pero para nada las consideraba “únicas”, si no mas bien asquerosas y viles, eso si, a todas las que se habían cruzado en su camino, las había devuelto de un punta pie a su pútrida casa, según tenía entendido; el infierno.
El reluciente Cadillac se detuvo ante una elegante casa de estilo victoriano, el chofer abrió servicialmente la puerta a Boccardo, que se apeó pesadamente del coche e indicó a Connor que hiciera lo propio. Ambos comenzaron a caminar, con el obispo en cabeza, y se detuvieron frente a la puerta de la casa, esta se abrió sin que tocaran la aldaba, y tras ella apareció una mujer que vestía un riguroso traje negro.
“-¡Joder! ¿Y esta de donde sale?, pero si es clavada a la Srta.Danvers, el ama de llaves de la película Rebbeca, que repelús…- pensó Dryden, soltando una risilla para sí entre dientes”
La mujer les condujo en silencio al interior de la casa, hasta una especie de biblioteca, a pesar de que fuera caía un sol de justicia, la chimenea estaba encendida y frente a ella había un sillón orejero, parecía que alguien estaba sentado en el, pero no podía asegurarlo, lo único que podía decir con total seguridad, era que Boccardo estaba nervioso, se aferraba con fuerza a la cruz de oro y rubíes que colgaba del fajín de su sotana y su mirada crispada no se apartaba de aquel sillón.
-Puedo apreciar que esta algo alterado Monseñor, ¿Acaso tiene algo que contarme, algo importante…?- el misterioso personaje se levanto y se acercó quedando su nariz a un centímetro de la del obispo, que se esforzaba por mantener la calma.
-Todo lo contrario, estoy profundamente emocionado por las circunstancias mi viejo amigo- explicó Lorenzo, tras carraspear repetidas veces para deshacer el nudo que le oprimía la garganta, las mejillas se le habían teñido de un rosado viruláceo y parecía que le iba a dar un ataque al corazón en cualquier momento, pero por suerte para él, todo quedo en un subidón de sangre.
-¿Y ahora que, vamos a tomar un te y unas galletitas? ¡Alguien puede decirme para que puñetas estoy aquí!- exclamó Connor en tono burlón.
-¿Qué modales tan terribles los míos? Soy Lucien Blacksmith, permítame presentarle mis disculpas Padre Dryden- exclamó de repente con una amplia sonrisa y le tendió la mano educadamente a Connor, este se la estrechó, no entendía por que Boccardo, que en esos momentos le miraba con disimulado desprecio, reaccionaba de aquella manera, a él le parecía un tipo majo- Imagino que Monseñor le ha puesto en antecedentes- continuó, mientras cogía una copa que contenía un liquido granate intenso, un buen vino, pensó Connor que se relamió los labios de manera inconsciente- Le ofrecería, pero me temo que el contenido de este recipiente no sería de su agrado- comento maliciosamente y bebió un sorbo largo, la verdad es que Dryden necesitaba un trago, empezaba a notar que la paciencia de la que había hecho gala hasta entonces, se disipaba a una velocidad vertiginosa.
-La verdad es que lo que me ha contado tu “viejo amigo”, no me aclara nada, solo me confunde más, y estoy empezando a cansarme de tanto cuento chino, así que ves soltando lastre “colmillitos”, si Blacksmith, me he dado cuenta de que eres un vampiro, lo cierto es que apestas a chupasangre, y también sospecho que esta habilidad mía es el motivo de que este aquí ¿no es cierto?- a ver con que historia me salen ahora…
-Veo que mi torpe colega no ha sabido explicarse con la claridad necesaria, pero como podrá comprobar, yo no cometo esos errores, acompáñeme Padre- espetó el vampiro arrojando la copa al fuego de la chimenea.
Lucien les condujo a través de unos pasadizos de piedra iluminados por antorchas, no había ni una puerta, solo tramos de pasillo y escabrosas escaleras de caracol, bajaron varios pisos y por fin, entre sombras ante ellos apareció lo que parecía un pesado portón, Blacksmith empujó sin esfuerzo las dos hojas de hierro oxidado, haciendo chirriar los goznes.
Las puertas guardaban tras de sí una sala circular, no mejor iluminada que los húmedos pasillos por los que habían descendido para llegar allí, de pronto Connor se desplomó en el suelo, se retorcía de dolor, los símbolos de su mano ardían como el fuego y le quemaban dolorosamente, que clase de criaturas había allí, intentó arrancarse el guante instintivamente, pero una voz calida le detuvo.
-Tranquilícese Padre Dryden, nadie en esta habitación desea hacerle ningún daño, le necesitamos, como usted a nosotros- Connor levantó la mirada y vio ante él un grupo de seres enfundados en túnicas blancas y encapuchados.
- ¡Muy bien, donde esta la cruz de madera y a quien coño vais a quemar!- exclamó con su particular sentido de la ironía, mientras se apartaba arrastrándose torpemente sobre sus nalgas, abrumado por el fuego que aun latía en su mano - Vaya, así que vosotros sois los “seres únicos”, veamos…lupinos, vampiros, brujas, vaya, también están mis favoritos, los apestosos demonios…¡toma ya, si solo falta el hombre de hojalata!…me siento como Dorothy… ¿Quién es el jodido Mago de Oz, o lo que es lo mismo, quien manda aquí?...me lo cargaré primero- gritó mientras sacaba la biblia del bolsillo interior de su americana, la agresiva reacción de su mano le decía que aquellas criaturas eran del tipo que había estado cazando desde que cumplió dieciocho años, y se enfrentó a aquel despojo del infierno que había acabado con la vida de su abuelo.
- ¡Dryden!-exclamó una voz familiar, una niña rubia y menuda se abrió paso entre los encapuchados, hasta llegar a él.
-¿…Clementine…?-.
-Dryden, le aconsejo que se calme, no debería olvidar con quien esta hablando, yo no soy uno de sus contactos callejeros, soy un respetado miembro del clero, y no olvide también que esta delante de su superior-respondió Boccardo con dignidad y rotunda severidad- Por otra parte, entiendo su consternación, toda esta información es nueva y reveladora para usted, pero puedo llevarle ante las personas que le mostraran con mas claridad la situación en la que nos encontramos, y le harán entrar en razón- dijo el Obispo, haciendo gala de nuevo de su innato cinismo, en realidad no le importaba lo mas mínimo que le gustase o no la idea, él solo era el mensajero.
Ni de lejos se había creído aquella sarta de sandeces, pero no podía evitar sentir más curiosidad que un gato delante de una pelusa, así que accedió a los deseos del “respetable miembro del clero”, había que joderse…si quería saber algo más, no tenía mas remedio que acompañarle, de modo que atravesó la puerta que le sujetaba el chofer, y se sentó haciendo crujir la piel de color marrón de los asientos de lujo reservados para culos gordos e importantes, el interior de aquel vehiculo tenía mas comodidades que el diminuto pisito que le había asignado la diócesis, malditos burócratas … estaba asqueado…
La sobria silueta de Monseñor Boccardo, se recortaba contra la luz que entraba a través de la ventanilla del Cadillac negro, que a Dryden le parecía el “Carro de Satanás”. Aquello olía mal desde el principio, pero por algún motivo que no alcanzaba a comprender, se veía irremisiblemente arrastrado a seguirle el juego a aquella bola de sebo vestida de obispo.
Ninguno de los dos había pronunciado palabra desde que se habían subido al automóvil, solo miraban ausentes por sus respectivas ventanillas, cada uno inmerso en sus divagaciones personales, por su parte Connor intentaba descifrar aquel galimatías que había escupido el tipo de la sotana morada. Le daba vueltas a lo del grupo de seres únicos, que significaba aquello, la verdad es que durante sus años de servicio había vistos muchas criaturas extrañas, pero para nada las consideraba “únicas”, si no mas bien asquerosas y viles, eso si, a todas las que se habían cruzado en su camino, las había devuelto de un punta pie a su pútrida casa, según tenía entendido; el infierno.
El reluciente Cadillac se detuvo ante una elegante casa de estilo victoriano, el chofer abrió servicialmente la puerta a Boccardo, que se apeó pesadamente del coche e indicó a Connor que hiciera lo propio. Ambos comenzaron a caminar, con el obispo en cabeza, y se detuvieron frente a la puerta de la casa, esta se abrió sin que tocaran la aldaba, y tras ella apareció una mujer que vestía un riguroso traje negro.
“-¡Joder! ¿Y esta de donde sale?, pero si es clavada a la Srta.Danvers, el ama de llaves de la película Rebbeca, que repelús…- pensó Dryden, soltando una risilla para sí entre dientes”
La mujer les condujo en silencio al interior de la casa, hasta una especie de biblioteca, a pesar de que fuera caía un sol de justicia, la chimenea estaba encendida y frente a ella había un sillón orejero, parecía que alguien estaba sentado en el, pero no podía asegurarlo, lo único que podía decir con total seguridad, era que Boccardo estaba nervioso, se aferraba con fuerza a la cruz de oro y rubíes que colgaba del fajín de su sotana y su mirada crispada no se apartaba de aquel sillón.
-Puedo apreciar que esta algo alterado Monseñor, ¿Acaso tiene algo que contarme, algo importante…?- el misterioso personaje se levanto y se acercó quedando su nariz a un centímetro de la del obispo, que se esforzaba por mantener la calma.
-Todo lo contrario, estoy profundamente emocionado por las circunstancias mi viejo amigo- explicó Lorenzo, tras carraspear repetidas veces para deshacer el nudo que le oprimía la garganta, las mejillas se le habían teñido de un rosado viruláceo y parecía que le iba a dar un ataque al corazón en cualquier momento, pero por suerte para él, todo quedo en un subidón de sangre.
-¿Y ahora que, vamos a tomar un te y unas galletitas? ¡Alguien puede decirme para que puñetas estoy aquí!- exclamó Connor en tono burlón.
-¿Qué modales tan terribles los míos? Soy Lucien Blacksmith, permítame presentarle mis disculpas Padre Dryden- exclamó de repente con una amplia sonrisa y le tendió la mano educadamente a Connor, este se la estrechó, no entendía por que Boccardo, que en esos momentos le miraba con disimulado desprecio, reaccionaba de aquella manera, a él le parecía un tipo majo- Imagino que Monseñor le ha puesto en antecedentes- continuó, mientras cogía una copa que contenía un liquido granate intenso, un buen vino, pensó Connor que se relamió los labios de manera inconsciente- Le ofrecería, pero me temo que el contenido de este recipiente no sería de su agrado- comento maliciosamente y bebió un sorbo largo, la verdad es que Dryden necesitaba un trago, empezaba a notar que la paciencia de la que había hecho gala hasta entonces, se disipaba a una velocidad vertiginosa.
-La verdad es que lo que me ha contado tu “viejo amigo”, no me aclara nada, solo me confunde más, y estoy empezando a cansarme de tanto cuento chino, así que ves soltando lastre “colmillitos”, si Blacksmith, me he dado cuenta de que eres un vampiro, lo cierto es que apestas a chupasangre, y también sospecho que esta habilidad mía es el motivo de que este aquí ¿no es cierto?- a ver con que historia me salen ahora…
-Veo que mi torpe colega no ha sabido explicarse con la claridad necesaria, pero como podrá comprobar, yo no cometo esos errores, acompáñeme Padre- espetó el vampiro arrojando la copa al fuego de la chimenea.
Lucien les condujo a través de unos pasadizos de piedra iluminados por antorchas, no había ni una puerta, solo tramos de pasillo y escabrosas escaleras de caracol, bajaron varios pisos y por fin, entre sombras ante ellos apareció lo que parecía un pesado portón, Blacksmith empujó sin esfuerzo las dos hojas de hierro oxidado, haciendo chirriar los goznes.
Las puertas guardaban tras de sí una sala circular, no mejor iluminada que los húmedos pasillos por los que habían descendido para llegar allí, de pronto Connor se desplomó en el suelo, se retorcía de dolor, los símbolos de su mano ardían como el fuego y le quemaban dolorosamente, que clase de criaturas había allí, intentó arrancarse el guante instintivamente, pero una voz calida le detuvo.
-Tranquilícese Padre Dryden, nadie en esta habitación desea hacerle ningún daño, le necesitamos, como usted a nosotros- Connor levantó la mirada y vio ante él un grupo de seres enfundados en túnicas blancas y encapuchados.
- ¡Muy bien, donde esta la cruz de madera y a quien coño vais a quemar!- exclamó con su particular sentido de la ironía, mientras se apartaba arrastrándose torpemente sobre sus nalgas, abrumado por el fuego que aun latía en su mano - Vaya, así que vosotros sois los “seres únicos”, veamos…lupinos, vampiros, brujas, vaya, también están mis favoritos, los apestosos demonios…¡toma ya, si solo falta el hombre de hojalata!…me siento como Dorothy… ¿Quién es el jodido Mago de Oz, o lo que es lo mismo, quien manda aquí?...me lo cargaré primero- gritó mientras sacaba la biblia del bolsillo interior de su americana, la agresiva reacción de su mano le decía que aquellas criaturas eran del tipo que había estado cazando desde que cumplió dieciocho años, y se enfrentó a aquel despojo del infierno que había acabado con la vida de su abuelo.
- ¡Dryden!-exclamó una voz familiar, una niña rubia y menuda se abrió paso entre los encapuchados, hasta llegar a él.
-¿…Clementine…?-.
martes, 29 de junio de 2010
COMPROMISO DE SANGRE: LA SAGA DE LOS CAZADORES V
Aquella fue su primera víctima, pero por desgracia para ella, no fue la ultima, año tras año, su humanidad se iba hundiendo mas y mas, quedando enterrada bajo una superficie de culpa y desprecio por si misma, ¿por que no podía ser como Sarah?, deseaba con todas sus fuerzas dejar de sentir lastima por sus víctimas, quizá debería alimentarse solo de villanos, puede que la sangre manchada de pecado, como la de un violador o un asesino, tuviera un sabor menos pesado para su conciencia.
Había pasado de vivir en las asquerosas habitaciones de los centros de acogida, a arrastrarse por los callejones entre las ratas y los cubos de basura, solo los gatos eran sus amigos ocasionales, aunque a menudo les arrebataba sus presas, “los preciados roedores”, que se convertían en su cena de emergencia.
Por supuesto que Sarah y Lucien le habían proporcionado un “hogar” mas que suntuoso, pero ella había huido de ellos como de la peste, la habían transformado en una asesina, y eso sobrepasaba su capacidad para perdonar, o solo es que les temía mas que a la muerte….la muerte, menuda broma…
Todos aquellos recuerdos y pensamientos habían acudido a su mente, mientras caía sin remisión en la profunda oscuridad de aquel vacío que se la había tragado, de nuevo al abrir los ojos, comprobó que estaba en la sala iluminada por antorchas, pero ahora apreció algo que antes fue incapaz de ver, estaba rodeada de gente. Algunos vestían largas capas de color blanco, con capuchas que cubrían sus cabezas y ocultaban así sus rostros, otros por el contrario mostraban abiertamente, lo que podría llamarse sus peculiaridades, aunque como podrían disimularse unas enormes alas cubiertas de plumas de color negro, Morgan estaba asombrada, ¡y ella que se veía como un bicho raro!, por otra parte, puede que al caer se hubiera golpeado en la cabeza, que fuera inmortal no significaba que estuviera exenta de padecer estupidez aguda y alucinaciones por culpa de un golpe.
Pero algo le decía que no se trataba de visiones, y que todos aquellos personajes eran reales, tanto como la mano que la levantó en volandas con firmeza.
-Serénate Morgan- aquella voz le resultaba aterradoramente familiar, la figura encapuchada la estrecho en un afectuoso abrazo, del cual la muchacha se soltó como si los brazos de aquel ser estuvieran llenos de alfileres.
Estaba aturdida, la enorme habitación circular estaba repleta de olores y sensaciones, y aunque muchas de las personas que estaban allí parecían normales, ella sabía que no lo eran, lo que sus ojos no podían ver, se lo decían su nariz y su intuición vampírica.
Presa del pánico, le arrebato la capucha de un tirón a aquella figura que aún la sujetaba por el brazo, y quedó absolutamente paralizada de pavor, él era….Lucien…
-Mi querida hija- exclamó con fingida complacencia, extendiendo sus brazos en gesto de amor paternal.
-¡Maldito seas por siempre Lucien Blacksmith, te prohíbo que me llames hija, no te atrevas a ocupar el lugar de mis padres, no hay misericordia en el universo que pueda perdonar lo que me hiciste! ¡Asesino!- todo el cuerpo le temblaba violentamente, pero aun así ardía en cólera, detestaba a aquel bastardo, y de no ser por que sabía que tenía las de perder, de seguro habría intentado matarlo.
-De manera que ella es el recipiente, no parece estar preparada- recriminó una voz femenina con marcado tono de desprecio, tras estas palabras se descubrió una hermosa mujer de expresión dura y movimientos casi felinos, sus ojos verdes destacaban con la palidez del cabello color ceniza, que llevaba corto como un chico.
-Pienso lo mismo, parece débil y asustadiza- un joven de apariencia jovial salió de entre las sombras, su rostro de rasgos varoniles se dulcificaba por el azul cristalino de sus ojos y los rizos de querubín que le caían sobre la frente.
-Que educación tan pésima os enseñan en el infierno chicos, permite que te presente a mis colegas- exclamó el muchacho que lucía las alas negras- “la princesa guerrera” es Cheetah, cuidado es muy susceptible debido a su naturaleza, el segundo en discordia se llama Zerni, no te fíes jamás de él, esta hecho todo un demonio - dijo a modo de confidencia, y estalló en una risotada, su aspecto angelical se tornó casi diabólico, el azul intenso de sus ojos parecía brillar con la emoción que le producía escarnecer a sus compañeros- y por fin, yo mismo…Azariel, un angelito a tu servicio, mientras estés viva- y volvió a reír con frialdad, los demás levantaron los brazos en un ademán de paciencia, al parecer ya estaban acostumbrados a sus estúpidas bromitas.
-¿No te olvidas de alguien, despojo de los caídos?- inquirió lo que parecía un cura, de todos los seres que Morgan podía esperar encontrar allí, un sacerdote no era para nada uno de ellos.- Yo soy el padre Connor Dryden, y la pequeña es Clementine y su puñetero peluche Blackrabbit- explicó con desden, mientras señalaba a una niña de unos ocho años, que abrazaba un conejo negro de felpa.
-¡Sir Blackrabbit!, no lo olvides Dryden, encantada de conocerte querida-le espetó la chiquilla.
lunes, 24 de mayo de 2010
PRECOGNICIÓN:LA SAGA DE LOS MEDIUMS VI
Cientos de gotas de sudor recorrían su cuerpo como serpientes heladas, sentía que las sábanas se retorcían entre sus muslos y le inmovilizaban aprisionándole contra la cama, la respiración acelerada, se volvía pesada y fatigosa, su espalda se arqueó al sentir como un escalofrío le golpeaba como un cruel latigazo, de pronto sus brazos se extendieron buscando la salida, y Connor se despertó sobresaltado y sudoroso…
-¡Por Dios bendito!, hasta en sueños me persigue el condenado peluche de Blackrabbit…- aun podía recordar sus ojillos rojos brillando en la oscuridad y acechándole…
El sonido del teléfono le saco de su sopor matutino, Connor se levanto arrastrando parte de la sabana que aun tenía enredada en la pierna, y descolgó el auricular con apatía.
-¿Diga…- balbució mientras se aclaraba la garganta, aun tenía voz de dormido.
-Padre Dryden, ¿es usted?...- pues claro que era él, quién esperaba que contestara al teléfono si estaba llamando a su habitación…
-Si, si, oiga no quiero libros, ni menaje de cocina, no me interesa…ah…y tampoco quiero la Atalaya, aunque no se si eso lo ofrecen por teléfono, bueno da igual, no me moleste, ¿entiende?...-un montón de palabras sin sentido se atropellaban en su boca, solo quería su café, y a poder ser su dosis de whiskey escocés, para poder arrancar el día.
-Se equivoca, soy el Padre Jeremiah, el secretario de Monseñor Lorenzo de Boccardo-explicó pacientemente el interlocutor- verá, el motivo de mi llamada es que su ilustrísima desea reunirse con usted en su despacho, le esperara allí esta misma mañana a las diez y media- concluyó el párroco.
-Vaya le confundí con esa gentuza que no deja de molestar a todas horas, lo siento Padre, comuníquele a Monseñor que no faltaré a la cita-se disculpó Connor y colgó el auricular de brillante plástico negro, “Lorenzo de Boccardo, con un nombre así tenía que ser malo”, o quizá él había metido la pata hasta el fondo esta vez….
Caminó pesadamente de vuelta a la cama, dejándose caer sobre esta con languidez y metiendo la mano debajo del colchón como si buscara algo.
-¡Maldita sea!, esta vacía, jodida mañana de mierda….- exclamó estrellando el casco de la botella contra la pared y haciéndolo añicos que se esparcieron por el suelo de la habitación,-¡Genial!, a ver si ahora me hago un buen corte en un pie…ten cuidado Connor…ten cuidado condenado cura…- se decía para sí mientras sorteaba los cristales rotos para llegar a la ducha.
Las puertas del “Saint Tropez” llevaban abiertas desde las seis de la mañana, y detrás de la barra estaba Reggie, que como siempre no dejaba de servir cafés cargados, cervezas y copas a sus feligreses.
-¿Un café, Padre?- preguntó mientras cogía una taza de encima de la cafetera, que había comprado por catalogo y que le habían enviado directamente desde Italia.
-No Reggie, ponme algo mas fuerte, hoy lo necesito, he pasado una noche de perros y me espera una mañanita peor aun…- exclamó el cura sentándose en un taburete junto a la barra.
-¡Pero si no son mas que las nueve!-exclamó el camarero con su acento de Nápoles, pero Connor le miró con cara de pocos amigos- lo de siempre entonces…- dijo el barman soltando una risita por debajo del bigote, y le sirvió un doble de whiskey escocés.
-Dime una cosa mostacho, ¿porqué un italiano le pone el nombre de una ciudad francesa a su bar?-siempre había querido saberlo.
-Mi mujer y yo nos conocimos el verano del 86 en Saint Tropez y nos enamoramos perdidamente, así decidimos hacer un pequeño homenaje a nuestro romántico encuentro-explicó Reggie con mirada soñadora.
-Hola Dryden, deberías afeitarte esa medio barba que llevas, tienes que dar buena imagen, no en vano eres ministro de Dios- le espetó Paola, una exuberante mujer siciliana, de una belleza al estilo de Mónica Bellucci, y también la esposa de Reggie.
-Buenos días “bella dama”, ya sabes que me la dejo por que me hace irresistible para las chicas- respondió Connor guiñándole un ojo con picardía.
-¡Oh, mamma mía! tu italiano es terrible, creo que podrías usarlo como arma contra los demonios, eres un vanidoso Connor Dryden, el Señor te castigara por eso, ya lo veras- exclamó la mujer con fingido disgusto, al final todos acabaron riendo a carcajadas.
-Amigo, dame lo mío- pidió Dryden tras apurar el vaso de licor ambarino, Reggie buscó bajo la barra y sacó una botellita de enjuague bucal ultra fuerte y se lo entregó al cura, este lo asió, se metió en el baño del bar y cerró la puerta.
“No puedo presentarme ante Monseñor “lo que sea” con aliento a destilería”, pensó mientras hacía gárgaras con el liquido mentolado, lo escupió con una mueca de asco, se quitó los guantes y se refresco la cara con agua, vaya… ahora se daba cuenta de que ni siquiera se había pasado el peine, los mechones de pelo rubio le caían lacios sobre la frente, se pasó la mano peinándolos hacia atrás y se los recogió con una goma de pelo que siempre llevaba en la muñeca, pensándolo bien, la barba si que le hacía mas atractivo…
Bueno, allí estaba plantado ante la puerta del despacho de la diócesis, se había preparado mentalmente para soportar el chaparrón sin soltar ninguna blasfemia o palabra soez, se sentía como un niño al que le iba a caer una reprimenda de campeonato, pero que en realidad no sabía muy bien el motivo.
Connor se inclinó para besar con respeto el anillo del obispo Lorenzo de Boccardo, este asintió complacido con la cabeza aceptando así el gesto del cura.
-Padre Dryden, tome asiento por favor -su voz era profunda y melodiosa, estaba acostumbrado a discursar ante un publico anhelante -le ruego tenga paciencia, pues hoy voy a hacerle una serie de revelaciones complejas, que atañen a su futuro inmediato y que le llevaran a formar parte de un grupo de seres únicos, de los que dependerá la supervivencia de la vida conocida- “Pero que clase de droga se ha tomado este tío, ni obispo ni nada, esta como una puta regadera, a ver como salgo de esta” -Se que esta pensando que debo de estar loco, y se que estas cosas que le digo, no tienen ningún significado para usted, pero le aseguro que lo tendrán, y entonces comprenderá por que se le concedió ese don que tiene desde que era un muchacho asustado que solo deseaba salvar a su abuelo-“¡La madre que lo…!, parece que lo sabe todo de mi”, las declaraciones de aquel hombre empezaban a alarmar a Connor , que hasta el momento se había mantenido sumido en un paciente silencio, no muy propio de él.
Continuará...
-¡Por Dios bendito!, hasta en sueños me persigue el condenado peluche de Blackrabbit…- aun podía recordar sus ojillos rojos brillando en la oscuridad y acechándole…
El sonido del teléfono le saco de su sopor matutino, Connor se levanto arrastrando parte de la sabana que aun tenía enredada en la pierna, y descolgó el auricular con apatía.
-¿Diga…- balbució mientras se aclaraba la garganta, aun tenía voz de dormido.
-Padre Dryden, ¿es usted?...- pues claro que era él, quién esperaba que contestara al teléfono si estaba llamando a su habitación…
-Si, si, oiga no quiero libros, ni menaje de cocina, no me interesa…ah…y tampoco quiero la Atalaya, aunque no se si eso lo ofrecen por teléfono, bueno da igual, no me moleste, ¿entiende?...-un montón de palabras sin sentido se atropellaban en su boca, solo quería su café, y a poder ser su dosis de whiskey escocés, para poder arrancar el día.
-Se equivoca, soy el Padre Jeremiah, el secretario de Monseñor Lorenzo de Boccardo-explicó pacientemente el interlocutor- verá, el motivo de mi llamada es que su ilustrísima desea reunirse con usted en su despacho, le esperara allí esta misma mañana a las diez y media- concluyó el párroco.
-Vaya le confundí con esa gentuza que no deja de molestar a todas horas, lo siento Padre, comuníquele a Monseñor que no faltaré a la cita-se disculpó Connor y colgó el auricular de brillante plástico negro, “Lorenzo de Boccardo, con un nombre así tenía que ser malo”, o quizá él había metido la pata hasta el fondo esta vez….
Caminó pesadamente de vuelta a la cama, dejándose caer sobre esta con languidez y metiendo la mano debajo del colchón como si buscara algo.
-¡Maldita sea!, esta vacía, jodida mañana de mierda….- exclamó estrellando el casco de la botella contra la pared y haciéndolo añicos que se esparcieron por el suelo de la habitación,-¡Genial!, a ver si ahora me hago un buen corte en un pie…ten cuidado Connor…ten cuidado condenado cura…- se decía para sí mientras sorteaba los cristales rotos para llegar a la ducha.
Las puertas del “Saint Tropez” llevaban abiertas desde las seis de la mañana, y detrás de la barra estaba Reggie, que como siempre no dejaba de servir cafés cargados, cervezas y copas a sus feligreses.
-¿Un café, Padre?- preguntó mientras cogía una taza de encima de la cafetera, que había comprado por catalogo y que le habían enviado directamente desde Italia.
-No Reggie, ponme algo mas fuerte, hoy lo necesito, he pasado una noche de perros y me espera una mañanita peor aun…- exclamó el cura sentándose en un taburete junto a la barra.
-¡Pero si no son mas que las nueve!-exclamó el camarero con su acento de Nápoles, pero Connor le miró con cara de pocos amigos- lo de siempre entonces…- dijo el barman soltando una risita por debajo del bigote, y le sirvió un doble de whiskey escocés.
-Dime una cosa mostacho, ¿porqué un italiano le pone el nombre de una ciudad francesa a su bar?-siempre había querido saberlo.
-Mi mujer y yo nos conocimos el verano del 86 en Saint Tropez y nos enamoramos perdidamente, así decidimos hacer un pequeño homenaje a nuestro romántico encuentro-explicó Reggie con mirada soñadora.
-Hola Dryden, deberías afeitarte esa medio barba que llevas, tienes que dar buena imagen, no en vano eres ministro de Dios- le espetó Paola, una exuberante mujer siciliana, de una belleza al estilo de Mónica Bellucci, y también la esposa de Reggie.
-Buenos días “bella dama”, ya sabes que me la dejo por que me hace irresistible para las chicas- respondió Connor guiñándole un ojo con picardía.
-¡Oh, mamma mía! tu italiano es terrible, creo que podrías usarlo como arma contra los demonios, eres un vanidoso Connor Dryden, el Señor te castigara por eso, ya lo veras- exclamó la mujer con fingido disgusto, al final todos acabaron riendo a carcajadas.
-Amigo, dame lo mío- pidió Dryden tras apurar el vaso de licor ambarino, Reggie buscó bajo la barra y sacó una botellita de enjuague bucal ultra fuerte y se lo entregó al cura, este lo asió, se metió en el baño del bar y cerró la puerta.
“No puedo presentarme ante Monseñor “lo que sea” con aliento a destilería”, pensó mientras hacía gárgaras con el liquido mentolado, lo escupió con una mueca de asco, se quitó los guantes y se refresco la cara con agua, vaya… ahora se daba cuenta de que ni siquiera se había pasado el peine, los mechones de pelo rubio le caían lacios sobre la frente, se pasó la mano peinándolos hacia atrás y se los recogió con una goma de pelo que siempre llevaba en la muñeca, pensándolo bien, la barba si que le hacía mas atractivo…
Bueno, allí estaba plantado ante la puerta del despacho de la diócesis, se había preparado mentalmente para soportar el chaparrón sin soltar ninguna blasfemia o palabra soez, se sentía como un niño al que le iba a caer una reprimenda de campeonato, pero que en realidad no sabía muy bien el motivo.
Connor se inclinó para besar con respeto el anillo del obispo Lorenzo de Boccardo, este asintió complacido con la cabeza aceptando así el gesto del cura.
-Padre Dryden, tome asiento por favor -su voz era profunda y melodiosa, estaba acostumbrado a discursar ante un publico anhelante -le ruego tenga paciencia, pues hoy voy a hacerle una serie de revelaciones complejas, que atañen a su futuro inmediato y que le llevaran a formar parte de un grupo de seres únicos, de los que dependerá la supervivencia de la vida conocida- “Pero que clase de droga se ha tomado este tío, ni obispo ni nada, esta como una puta regadera, a ver como salgo de esta” -Se que esta pensando que debo de estar loco, y se que estas cosas que le digo, no tienen ningún significado para usted, pero le aseguro que lo tendrán, y entonces comprenderá por que se le concedió ese don que tiene desde que era un muchacho asustado que solo deseaba salvar a su abuelo-“¡La madre que lo…!, parece que lo sabe todo de mi”, las declaraciones de aquel hombre empezaban a alarmar a Connor , que hasta el momento se había mantenido sumido en un paciente silencio, no muy propio de él.
Continuará...
sábado, 3 de abril de 2010
Colaboración
Ya llevaba un mes en aquella cárcel para niños ricos, nada había cambiado, los monstruos seguían espiándola a través de los espejos, solo una cosa era distinta de cuando estaba en Blackwood… allí no podía gritar…
Había desayunado sola, Byron y Meghan, sus únicos amigos, no se habían dignado a aparecer y la habían abandonado a su suerte en aquel comedor abarrotado de gente, y que por si fuera poco, además apestaba a madera vieja y comida recalentada, todavía sentía nauseas…
Y ahora estaba allí plantada, delante de la puerta del despacho del director Gillespie, el día iba de mal en peor. ¿Qué narices quería ese desgraciado de ella?, se estaba portando bien…
“Ellos se comen a la gente…”
¿Que había sido eso, un susurro del viento quizá?, pero el viento no habla…
Toc, toc, toc…
“No entres…”
La puerta se abrió con un leve chirrido, y tras ella apareció aquel tipo trajeado y larguirucho con aires de Vincent Price.
-Adelante querida- la conminó a entrar, con la amabilidad condescendiente que derrochan los ridículos burgueses venidos a menos.
Tenía un mal presentimiento…
- Tome asiento querida, se preguntará por que la he hecho llamar- condescendiente…repulsivo…
Alice se retorcía las manos sobre el regazo, su mirada crispada escudriñaba la habitación, en busca de la fuente de aquella voz misteriosa, aunque había un objeto que acaparaba su atención, el director no cesaba de acariciarlo como si fuera una mascota, y en realidad solo se trataba de un viejo espejo de mano, pero Alice conocía bien el peligro de esos cachivaches.
-Seré franco señorita Liddel, estamos al tanto de su pasado y sabemos que frecuenta usted la compañía de dos de nuestros alumnos más relevantes, Byron De Amandey y Meghan Kauffman, pues bien, todavía desconocemos los detalles, pero al parecer se les ha declarado desaparecidos, y el consejo escolar le estaría muy agradecido si pudiera darnos algún dato relativo a esta desagradable situación…- vamos, que si sabía donde estaban, el jodido director le estaba intentando colgar el muerto, pero ella no sabía nada, y que tenía que ver su pasado con esto, por que puñetas se enrollaba tanto aquel desgraciado tocapelotas.
“Sal de ahí…”
-Yo…la verdad…yo no…- titubeó Alice, aquella voz otra vez, la desconcertaba, observó que el director tenía la mirada clavada en ella, no…miraba algo que estaba detrás de ella, no pudo contener la curiosidad y se giró de golpe, pero allí no había nada, solo sintió una leve ráfaga de aire. Aún así, su corazón se agitó de tal manera que los latidos lo henchían y le oprimía los pulmones.
- ¿Qué sucede querida…?- exclamó Gillespie con fingida cordialidad, mientras se levantaba, tomaba el espejito, que desprendía un extraño resplandor, con ambas manos y se aproximaba a Alice, que no dejaba de jadear y de mirar a todas partes, de repente la habitación se le hacía cada vez más pequeña, desconocía de donde procedía la sensación, pero algo en su interior le decía que debía escuchar a la voz y huir de allí. Así que se levantó de un salto tirando la silla contra la carísima alfombra, y salió de estampida llevándose por delante a un Gillespie atónito, que cayó de nalgas al suelo aferrando con fuerza el espejo contra su pecho y suplicando clemencia a su reina, que le sentenciaba con la mirada desde el otro lado. La cortina osciló levemente, y un estremecedor ronroneo hizo eco en la habitación…
“Corre Alice…ven...”
Una fuerza invisible impulsaba sus piernas, le escocían los cortes de los muslos, pero aun así, no podía parar…corría desenfrenadamente a través de las callejas del campus, sin saber a donde le conducían sus pasos, pero estaba aterrada y eso no importaba, solo quería encontrar la voz.
De pronto paró en seco frente a la cafetería, nunca había entrado allí, ¿por qué narices había ido hasta aquel lugar?
Era un edificio algo lúgubre, bueno, como el resto del colegio en realidad, pero aun así este tenía un aura diferente, misteriosa. Los cristales de las ventanas estaban pintados por dentro de color gris, así que no se podía ver nada de lo que había en el interior, eso no le gustaba demasiado, pero en fin …por algún motivo había sido arrastrada hasta allí. El desafío estaba ante ella en forma semicircular, y con una pequeña tetera de latón pulido a modo de pomo. La raída puerta de color verde oscuro, se abrió ante ella como por arte de magia, Alice entró con cautela, y la puerta se cerró a sus espaldas haciendo que se le erizase el vello de la nuca.
Un agradable, pero indescriptible olor inundaba la sala, era dulzón y afrutado a la vez, un joven estaba tras la barra, se afanaba por preparar lo que parecía un servicio de te, y no dejaba de repetir, “ellos comen gente”, lo susurraba de manera enfermiza una y otra vez, mientras sus manos, enfundadas en guantes blancos, temblorosas trataban de cortar un trozo de tarta. Tenía un aspecto poco usual, su atuendo se componía de una camisa negra, chaleco y pantalón de color rojo sangre, y un sombrero de copa del mismo color, bajo el cual asomaban alborotados mechones de pelo rojizo, sus ojos eran de un verde intenso, casi iridiscente, y sus dientes tan blancos que relucían en la penumbra de la sala, era alto, delgado y paliducho, aunque un ligero rubor le manchaba discretamente las mejillas, así que podía decirse que era un hombre atractivo desde el punto de vista de una mente desquiciada. Todos los espejos estaban cubiertos con telas negras, y hasta las cucharillas eran de ese mismo color.
El muchacho se acerco a ella, e hizo un ademán indicándole que tomara asiento, Alice obedeció mientras observaba como el joven servía el te en unas divertidas tazas de colores, que desentonaban por completo con el resto de la decoración, que resultaba gris y deprimente, con cierto aire de funeraria, quizá por eso nadie visitaba aquel establecimiento.
-Max Hatter, ese es mi nombre…- se presentó con voz queda, mientras ponía una velita en el trozo de tarta- es mi no-cumpleaños, ¿quieres pedir un deseo pequeñuela?- exclamó, tenía la expresión de un niño feliz, Alice asintió sin saber por qué, quizá solo quería satisfacer a aquel niño grande.
-¿Qué es un no-cumpleaños, que sentido tiene?- las palabras de la chica parecían haber contrariado ligeramente a Max, que haciendo caso omiso, empezó a cantar para sí un ridículo y disonante “Feliz no-cumpleaños”.
-Come tarta pequeñuela, es de frambuesas y ruibarbo, mi sabor favorito, después de la de tres chocolates…- aquella conversación era de lo mas absurda, y por qué narices la llamaba “pequeñuela”- por cierto, a tus amigos se los van a comer, humanos tiernos… son la comida favorita de la reina…- aquella declaración repentina la sorprendió de tal manera, que se quedó estupefacta.
“Estoy empezando a enloquecer de nuevo, por que esto no es real…yo quiero ser normal, lo deseo con todas mis fuerzas, pero parece que no es suficiente con desearlo…me encerraran otra vez en Blackwood…las criaturas del espejo ganaran…ya no tengo fuerzas…estoy irremediablemente loca…”
-No estas loca- afirmó rotundamente Max, poniendo su mano sobre la de Alice, era como si conociera sus pensamientos.
“Vaya consuelo, y me lo dice un tipo que esta como una puta regadera…que ironía…”
-Pequeñuela, no te dejes engañar por las apariencias, a veces las cosas no resultan ser como aparentan- siguió él- por ejemplo, yo que solo parezco ser un simple empleado de la cafetería-“ni de lejos, un mono amaestrado y vestido con traje de botones daría el pego mejor que tu”- Y sin embargo, soy alguien importante…se cosas… casualmente…se donde están tus amigos, se quien les retiene y como liberarlos…bueno como, quizá no, pero si se de una persona que te puede ayudar, lo ves…soy algo mas que un camarero que prepara un te delicioso- concluyó triunfante, repicando en el suelo con sus zapatos de charol brillante, emulando un paso de Fred Astaire (bailarín de claque).
Los ojos de Alice se abrieron como platos, como sabía aquel personaje estrambótico la situación de sus amigos, si incluso ella la desconocía.
-Demuéstrame que lo que dices es cierto- le retó incrédula, mientras sorbía un traguito de te.
- Yo pertenezco al otro lado del espejo, y se que a veces tu puedes ver al gato de sonrisa risueña y dientes afilados, eres especial Alice, por eso estas en su lista de non-gratos- aquello eran demasiadas revelaciones por un día, cada minuto que pasaba se veía mas cerca de Blackwood- Puedes verlos , pero no puedes entrar, nadie puede, solo los vástagos de Carrol pueden viajar entre ambos mundos, por eso todavía estas viva, pero si descubre lo que vas a hacer…la Reina Roja enviará a sus lacayos a por ti…es despiadada…a mi me quitó algo sabes…- toda aquella verborrea solo parecían patrañas inventadas por un loco, pero ella sabía que había algo de cierto en esas palabras aturulladas, y eso la aterrorizaba.
- ¿Y que se supone que voy a hacer?- exclamó enojada, por que aquel hombrecillo hacía planes por ella.
- ¿Es que no quieres salvar a Byron y a Meghan?¿ les dejarás a merced de la reina para que les devore?...¿Como puedes?...- estaba metiendo el dedo en la llaga, maldito Max.
- Yo no he dicho eso…yo solo…creo que no puedo hacer nada- la estaba manipulando y era consciente de ello, pero aún así él tenía razón, no podía abandonarles a su suerte- ¿pero porqué les han escogido a ellos, que han hecho?- tenía que encontrar algo de lógica en todo aquello, aunque en realidad era imposible.
- Gillespie les escogió como ofrenda para la reina, el desea ser inmortal, y tiene que pagar con sacrificios, pero no sabe que la reina cada vez será mas difícil de complacer…- eso era horrible, y pensar que el propio director simulaba no saber nada al respecto y que incluso la había intentado involucrar a ella, sexagenario desalmado…
- Pero si sabes todo esto, ¿porqué no les ayudas tú?- inquirió Alice.
- No…no…no…yo no puedo volver…no- contestó Max con evidente trastorno, aferrando ambas manos a la taza de colores.
- ¿Porqué no puedes volver, que te quitó la reina Max?- preguntó.
Hatter dejó la infusión sobre la mesa, y se levantó con languidez.
- Ella…me arrebató la cordura-dijo encogiéndose de hombros, las lágrimas brotaron sin remisión y rodaron por sus mejillas- devoró a todos mis seres queridos y me dejó para que viviera con la carga de sus muertes, me colocó un sombrero de traidor y me desterró a los pantanos, desde entonces se me conoce como el “Sombrerero” loco- explicó entre sollozos y volvió a hacer el paso de baile con melancolía.
Alice se acercó a Max y enjugó sus lágrimas con una servilleta, casi podía entender como se sentía, a su familia no la había devorado ninguna reina malvada, pero si que había perdido su cariño y su confianza cuando empezó a ver cosas en los espejos, a hablar sola y a autolesionarse, entonces la encerraron en Blackwood, era una lacra para ellos, así que la rechazaban, la alejaban de su entorno todo cuanto podían, y ahora la habían encerrado allí, lejos de ellos, donde su sola presencia no pudiera manchar el buen nombre de la familia Liddel.
-Ayúdame Max, llévame a esa persona que me dirá que hacer- exclamó con firmeza, una amarga sonrisa iluminó el rostro de Hatter, que tomó la cabecita de Alice entre sus manos enguantadas y le besó la frente con ternura.
La noche había cubierto el cielo con su manto negro tachonado de estrellas, era el momento para salir a hurtadillas del campus sin ser vistos.
Max la condujo a través de callejones oscuros y poblados de toda suerte de delincuentes, prostitutas y policías de incógnito haciendo la vista gorda a cambio de sobornos y favores sexuales, apestaba a orín y sudor, a pachulí y a whiskey barato…estaban en Chinatown, Alice se aferró al brazo de Hatter, que se deslizaba con destreza por los baldosines, nadie reparó en su presencia, o si lo hicieron, les ignoraron y siguieron a lo suyo.
Se detuvieron frente a una tienda en cuyo letrero rezaba; “Madame Lorougue, remedios caseros”, y tenía el aspecto de una simple herboristería. Dentro, solo había una anciana que arrastraba sus hinchados pies por la madera del desgastado suelo, se acercó a Max y le susurró algo al oído, tras esto se adentró en la trastienda y él la siguió tirando de Alice.
La abuela les acompañó a una habitación decorada al mas puro estilo de Shanghai, olía a incienso y estaba levemente iluminada por farolillos de papel, unas cortinas de seda granate colgaban del techo y tras estas, recostada en un diván y fumando una pipa de opio, estaba Madame Lorougue, una dama china, de unos treinta años, de una belleza porcelánica.
-Bienvenidos, tengo preparado lo que necesitáis- su voz suave y sensual flotaba por encima del humo de la pipa, y llegaba hasta ellos como una caricia embriagadora, ¡dios que hermosa era esa mujer!, sus movimientos eran pausados y extremadamente elegantes, Alice no podía dejar de mirarla.
- Oráculo, dime, ¿sabes donde les retiene la Reina?- pregunto Max con sumo respeto.
- Están en el torreón de Picas, y el conejo guarda la llave- explicó, mientras abría una cajita de madera de ébano con engastes de marfil, de la cual cogió un saquito de terciopelo negro y se lo entregó a Hatter- hazle una infusión y cuando la tome, entre ella y el espejo tiene que haber un vástago de Carrol, solo así conseguirá entrar o salir, y dime Sombrerero, ¿vas a acompañarla?- inquirió la dama, enfundada en un tradicional qipao negro con estampado de mariposas doradas.
-No, yo…me quedaré- balbució él, haciendo un mohín de vergüenza.
-Tu cordura guiará tu corazón, no lo olvides Sombrerero- susurró ella en tono proverbial, le entregó el saquito y desapareció entre las cortinas, como si de un suspiro de humo se tratase.
Siguiendo el mismo sistema de escabullirse entre la gente, volvieron a la cafetería, Alice no acababa de entender que estaba haciendo ni por que, ella no era ninguna heroína y por otra parte, como pensaba aquella panda de “iluminados” que iba a salvar ella a nadie, si no era capaz de salvarse a sí misma.
Ambos estaban exhaustos por la carrera, entraron hasta la trastienda, lo que parecía ser el hogar de Max, Alice se dejó caer con languidez sobre los almohadones de la cama y se hizo un ovillo con la manta, Hatter dispuso la tetera a calentar para preparar la preciada infusión.
-¿Qué sabor tiene?- pregunto ella rompiendo el incómodo silencio.
-No lo sé…yo nunca la he probado, pero huele bien- dijo dejando caer al agua hirviendo el contenido del saquito.
-¡Pero si son setas!- exclamó sorprendida, los diminutos hongos brillaban en la oscuridad como si estuvieran cubiertos de polvos mágicos, Max vertió el fragante líquido en una de sus tazas de colores y se la ofreció a la muchacha que la miraba dubitativa.
-¿Estas segura de querer hacerlo?-
-¿No te parece un poco tarde para que me preguntes eso?-espetó, mientras tomaba un sorbo de la infusión con evidente disgusto.
-Ven, recuerda que debemos estar junto a un espejo- dijo haciendo alusión a las palabras del oráculo, se deslizó al otro extremo de la habitación y retiró un lienzo negro que cubría un hermoso espejo de pie con el marco tallado en madera de cedro, Hatter acarició con melancolía las pequeñas tallas que adoptaban la forma de las siluetas de las bazas de naipes.
-Ese sombrero no te favorece- le susurró Alice mientras se lo quitaba y lo lanzaba con desden sobre la cama, se sentía extrañamente excitada, tenía la necesidad imperiosa de hacer con él todo aquello que su hermanastro había reservado para ella, y contra lo que había luchado con todas sus fuerzas.
La taza cayó de sus manos y estalló contra el suelo esparciendo el preciado líquido humeante.
Hacia mucho calor, o solo se lo parecía a ella, comenzó a quitarse la ropa desenfrenadamente e hizo lo propio con un atónito Max, que se dejaba llevar con timidez, Alice se percató del crecimiento de cierto miembro, como otras muchas veces había notado con Klaus, pero esta vez no le asqueaba la sensación, en realidad lo deseaba, después de todo Hatter no le parecía tan feo, si no que le resultaba terriblemente atractivo. Ansiaba sentir el contacto de su piel, que olía a vainilla y a dulce caramelo, le besó impetuosamente y él le devolvió el mismo frenesí. La superficie del espejo estaba helada, pero ninguno de los dos reparó en ello, estaban demasiado ocupados con los besos y caricias que se prodigaban sensualmente.
Max sentía que su sexo estaba a punto de estallar, alzó a Alice entre sus brazos y la penetró, un estallido de placer hizo que ambos se estremecieran…pero de pronto la oscuridad envolvió a Alice, una sustancia espesa y viscosa se adhería a su piel, la estaba congelando y su cuerpo se retorcía de dolor…
La muchacha fue literalmente escupida al otro lado del espejo, yacía desnuda en el suelo, se sentía mareada y le escocían los ojos, pero aun entre tinieblas pudo ver que no estaba sola…
-No nos conocíamos en persona ¿verdad pequeña, o debería llamarte Alice la entrometida?...Bien, me presentaré…estas ante la presencia de Sir Blackrabbit, y si…es un honor para ti…- aquella voz chirriante no dejaba de vomitar palabras arrogantes que martilleaban su dolorida cabecita, un extravagante muchacho de cabello blanco se aproximó a ella ofreciéndole su mano, Alice la apartó con desprecio y se incorporó ella sola, se giró instintivamente para mirar su reflejo, el rubor tiñó sus mejillas, estaba desnuda y encima era rubia otra vez…
-No te avergüences querida, te ves deliciosa- siseó el muchacho mientras pasaba su mano lasciva por la espalda de Alice provocando en ella una evidente turbación, que se transformó en pánico cuando vio como Blackrabbit abría su boca repleta de dientes afilados, dispuestos a clavarse en su carne como si fuera mantequilla.
De pronto unos brazos atravesaron el espejo y la arrastraron a través del abismo helado de nuevo, al otro lado…Max la recibía y la estrechaba contra su pecho.
-No decías que no volverías- inquirió aun tiritando de frío.
-Antes no tenía nada por lo que volver, eso ha cambiado…-
La luna de cristal osciló levemente tras ellos…
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